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ABRIL ES UN PAÍS

€20,00
ISBN 9788411074506

Cincuenta años de la Revolución de los Claveles, una historia desconocida de la lucha de los portugueses por la libertad.La revolución portuguesa del 25 de abril de 1974 acabó de manera pacífica con una larga dictadura, un régimen ineficaz anclado en la represión y en viejos delirios imperiales, gracias a la acción de trescientos capitanes idealistas, que pretendían democratizar Portugal y acabar con sus guerras coloniales en África. Los claveles en las bocas de los fusiles o la canción Grândola, vila morena, difundida como contraseña para iniciar el golpe, no tardaron en dar la vuelta al mundo. Muchos ignoran en cambio que aquella mañana de abril estuvo llena de momentos épicos que contribuyeron a consolidar el golpe en favor de las libertades. Este libro rescata historias como la del joven capitán Salgueiro Maia, que caminó con los brazos en alto y una granada en el bolsillo, listo para el sacrificio, hacia una batería de carros de combate que le apuntaban, o la del soldado que se negó a obedecer la orden de disparar contra él y que permaneció cuarenta años en el anonimato. Sobre episodios como estos se fundó la democracia portuguesa hace ahora cincuenta años.

Tereixa Constenla Fontenla, nada en Arca (A Estrada) en 1968, é unha xornalista galega. Comezou a súa traxectoria profesional en 1990 no diario granadino Ideal, na delegación de Almería. Despois pasou a El País, primeiro na sección social da delegación de Andalucía e desde 2008 na sección de Cultura a nivel estatal e redactora de Babelia; correspondente do xornal El País en Lisboa dende xullo de 2021


Entrevista en Zenda. 25 abril 2024
Tereixa Constenla: «La Revolución de los Claveles es la que todos habríamos querido vivir»

—Este libro tiene tres partes: Revolución, Antes de la revolución y Después de la revolución. ¿Por qué las has dispuesto así y no en orden cronológico?

—Porque me parecía que lo más interesante y lo que más iba a atraer a un lector, porque era lo que más me atraía a mí al principio, era claramente lo que había ocurrido el 25 de abril. Aquel día ocurrieron cosas tan mágicas que pensé que eso iba a despertar el interés para saber de dónde venía aquella gente que había hecho aquel golpe tan sorprendente en un momento y en un lugar donde nadie lo esperaba.

—En la dictadura portuguesa llama la atención que ni Salazar ni su sucesor, Marcelo Caetano, eran militares, sino que eran profesores universitarios.

—Salazar era economista y Marcelo Caetano era un jurista de bastante prestigio. La situación tiene su lógica. La dictadura comienza en Portugal en 1926 y es una dictadura militar. Hay un golpe del ejército que echa abajo el gobierno de la Primera República. Había habido muchísimos gobiernos en un corto periodo de tiempo desde el final de la monarquía. Fue un tiempo de inestabilidad política, con la Primera Guerra Mundial, una crisis económica y una crisis de hambre entre la población, lo cual hace que finalmente se dé un golpe de Estado y que la propia población en aquel momento piense que lo único que puede enderezar las cosas y resolverlas es una dictadura. Se crea entonces una dictadura militar en 1926 que es una catástrofe de gestión y que acaba haciendo que los militares le pidan a un economista como António Salazar que se encargue de las finanzas del país para tratar de contener la inflación y de solventar la crisis económica. Y lo hace relativamente bien con las recetas de siempre: bajos sueldos y depreciación de la moneda. Esas fórmulas para encauzar la economía, pero que al mismo tiempo son muy agresivas para la población. Pero le va bien y esto hace que a los pocos años le planteen ser el presidente del Consejo de Ministros. Salazar era un hombre curioso porque era austero y humilde, pero al mismo tiempo ambicioso. Cuando toma posesión como ministro de Economía, dice: “Sé muy bien lo que quiero y adónde voy”. Todo el mundo ha interpretado esa frase como que estaba ahí dando el primer paso para llegar más lejos, como finalmente ocurrió.

—Hay un capítulo divertidísimo en el libro cuando Salazar se cae de la silla en 1968 durante una visita del callista y acaba en coma. Ahí se produce el traspaso de poder a Marcelo Caetano, y cuando Salazar se recupera se produce una situación esperpéntica que parece sacada de la película Good bye, Lenin! Dices en el libro: «Salazar nunca supo que había dejado el poder».

—Es un episodio absolutamente surrealista que descubrí en un libro de Marco Ferrari que se titula La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces. Ahí él indaga en ese episodio que debe de ser único en la historia de las dictaduras del mundo, en que el dictador ha dejado de ser el dictador, pero no lo sabe y todo su entorno se lo oculta para que probablemente no tenga un ataque de dolor en su autoestima. Y se genera todo un trampantojo escénico en el que están implicados el ministro del Interior, el cuerpo doméstico del palacio de São Bento y las altas instituciones del Estado. El episodio más alucinante y más divertido para mí es el del director del periódico Diário de Notícias, que cada noche reescribe las noticias y cambia los titulares para ocultar aquellas informaciones relacionadas con el nuevo presidente del Consejo de Ministros, que era Marcelo Caetano, y en su lugar informar de las audiencias que daba Salazar en São Bento. Es pura poesía surreal (risas).

—En los años 60 se inician las guerras de independencia de las colonias portuguesas, y dices en el libro: «La guerra abrió las puertas de la Academia a jóvenes de clases modestas, como Fernando Salgueiro Maia. Las solicitudes de cachorros de la élite caen en picado con el conflicto, los herederos de la casta militar ya no sueñan con servir a la patria, que de repente exige el sacrificio supremo de la vida». ¿Este origen popular de los soldados fue determinante en la creación del Movimiento de las Fuerzas Armadas contra la dictadura?

—Creo que es uno de los factores que explica la personalidad del golpe del 25 de abril. Esa Academia, adonde iban los oficiales que se iban a integrar en el ejército, de repente se llena de jóvenes que proceden de clases medias y de clases populares que hasta entonces no habían podido acceder a ella porque no estaba abierta. Se elegía muy bien a los oficiales del ejército, que normalmente eran gente de la casta militar, hijos de altos cargos. Pero cuando empiezan las guerras y ser militar y oficial ya no es solamente una cuestión de galones y de desfiles, sino que significa arriesgarte a morir y a matar, todos estos cachorros de clase alta se lo piensan bien y ya no están tan deseosos de ser miembros del cuerpo militar portugués. Es entonces cuando entran los hijos de las clases populares y de las clases medias, y yo creo que esta personalidad, esta conciencia de clase, les facilita la empatía con las personas a las que están combatiendo en África, entre otras cosas. Tienen una facilidad para conectar con las clases populares porque ese es también su propio origen. Y por otro lado, tienen ya un desapego hacia los jerarcas del régimen. No sienten que les deban nada. Sienten que todo lo que tienen es fruto de su propio esfuerzo. Ya antes incluso del final de la dictadura son críticos. Salgueiro Maia coleccionaba anécdotas graciosas del presidente de la República. Supongo que si lo hubiera sabido la PIDE, que era la policía política, lo habría detenido. Hay irreverencia, por un lado, hacia los símbolos del poder, y por otro hay conciencia de clase sobre de dónde venimos y quiénes somos. Eso también les da un conocimiento muy claro de lo que es la justicia y la injusticia. Y aquella guerra que estaban protagonizando en África era claramente una guerra injusta. Ellos son conscientes de eso y es allí donde arranca en realidad la Revolución de los Claveles.

—Como señalas en el libro: «Lo que quiere el Movimiento de las Fuerzas Armadas se resume en tres des: democratización, descolonización y desarrollo». ¿Fue la descolonización lo que más pesó a la hora de hacer la revolución, el acabar con las guerras coloniales que estaban desangrando al ejército? 

—Fue todo, pero poner fin a la guerra para ellos era una cuestión de supervivencia física y de supervivencia también como cuerpo. Ellos percibían que el ejército era despreciado por la sociedad portuguesa porque lo consideraba un brazo armado de la dictadura, junto a la policía política. No se sentían cómodos con ese papel, al menos estos oficiales intermedios de los que estamos hablando, que eran muy diferentes de los jerarcas del ejército, que por supuesto estaban conectados con el régimen y lo apoyaban. Pero todos estos militares que hacen la revolución, los capitanes y los mandos intermedios, veían que no había una salida bélica para la guerra, y ellos eran las personas que podían tener más conocimiento de eso, puesto que estaban sobre el terreno y veían morir a sus compañeros y veían a las personas a las que mataban también. Y algunas de las personas que tenían enfrente combatiendo contra ellos, que eran líderes de los grupos independentistas africanos, habían sido sus compañeros de estudios en Portugal. Salgueiro Maia, por ejemplo, cuenta que, en uno de los colegios en los que estuvo, había internados trescientos alumnos africanos. Muchos de ellos luego son los dirigentes de las guerrillas a las que va a combatir en Guinea. Eso hace también que se pregunten: “¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Realmente por qué estamos luchando?”. Ahí enfrentan el gran drama de un militar que está haciendo la guerra, que es descubrir que estás peleando y defendiendo una causa que no es justa, que eres parte del ejército opresor. Supongo que cualquier ejército es consciente de en qué lado está, pero me parece un drama tener la consciencia plena de que formas parte del ejército opresor y de que tu causa no es la justa. Eso es lo que en parte motiva a los militares portugueses a desmarcarse y a tratar de hacer algo para ponerle fin. Eso y que no querían seguir muriendo en África.

—Dices en tu libro: «Durante la larga noche del fascismo a la portuguesa se dieron treinta tentativas de golpes de Estado que solo culminarían con éxito en el de abril de 1974». ¿Por qué esta tentativa triunfó cuando todas las demás habían fracasado?

—Porque estuvo mucho mejor organizada. Curiosamente, el plan operativo es obra de un solo hombre. En la conspiración estuvieron implicados unos trescientos capitanes, quizás seiscientos oficiales en general, y el 25 de abril salieron a la calle cinco mil militares. No hay que olvidar que es un golpe colectivo, donde muchas personas heroicas se juegan la vida ese día, pero el plan operativo es obra de una sola persona, que es Otelo Saraiva de Carvalho. Él disecciona y delinea cada una de las actuaciones que van a realizar las treinta y dos unidades que se sublevan en todo el país. Él establece quién tiene que tomar el cuartel general en Lisboa y en Oporto, el aeropuerto, las emisoras de radio, la televisión pública, y que hay que cerrar las fronteras con España para tratar de evitar que pudiese haber una petición de ayuda a Franco y que pudiesen venir refuerzos a la dictadura portuguesa por esa vía. Todo esto está muy bien pensado y lo hace Otelo en dos o tres semanas antes del golpe, y consigue que no haya filtraciones porque solamente él tiene esa información. Es él el que reparte luego las misiones a cada unidad y a cada oficial. Creo que básicamente fue eso, porque un mes antes, en Caldas da Rainha, había habido otro intento de golpe de Estado, que falló muy pronto porque se hizo como se había hecho hasta entonces, un poco espontáneamente: “Damos un golpe y luego los demás que piensen como nosotros ya se suman”. Era dejarlo demasiado a la espontaneidad y a la improvisación, mientras que el golpe del 25 de abril estuvo pensado, y se planteó además cómo se podía avisar al mismo tiempo a todas las unidades, cosa que ahora sería muy fácil, pero en el año 74 no lo era. Entonces se pensó que la mejor manera era una señal radiofónica, y esa fue la canción de Zeca Afonso, «Grândola, Vila Morena», que la escuchan todos los cuarteles al mismo tiempo, y al mismo tiempo se ponen en marcha, a las doce y veinte de la madrugada.

Curiosamente, como cuentas en el libro, la primera vez que Zeca Afonso cantó en público «Grândola, Vila Morena» no fue en Portugal, sino en España.

—Sí, fue en Santiago de Compostela. Es una historia bonita. Él había escrito la canción en los 60, pero no la había cantado en público. Y en 1972 se da un concierto en la Facultad de Económicas de Santiago porque el fundador de un grupo musical que se llamaba Voces Ceibes, Benedicto García Villar, había descubierto a Zeca Afonso mientras hacía la mili en Madrid. Alguien le había puesto su música y le había impresionado. Así que cuando llegó a Santiago le dijo a su pareja, con la que se acababa de casar: “Tenemos que ir a Portugal a encontrar a Zeca Afonso”. Y se vinieron con otros dos amigos desde Santiago a Setúbal. Fueron a la casa de Zeca Afonso, llamaron a la puerta y Zeca los miró con muchísima desconfianza, diciendo: “Estos tipos son de la PIDE y vienen a detenerme o a interrogarme o a molestarme”, como tantas veces le hicieron. Hasta que se convence de que, efectivamente, eran cuatro gallegos iluminados y totalmente entregados a él que querían conocerlo. Entonces se quedaron en su casa y ahí nació una amistad especial. A raíz de ahí es cuando los gallegos organizan en Santiago el concierto en el que Zeca canta por primera vez «Grândola, Vila Morena», en un escenario que eran las mesas de una cafetería. El sitio estaba lleno de gente, abarrotado de centenares de personas, pero era una cosa muy precaria. Él canta «Grândola» y es un éxito absoluto porque en ese momento, con la dictadura en España y con la policía a la puerta del campus, esa canción con esa letra que invita a la fraternidad fue muy emocionante. La cantó dos veces, y la gente que estuvo allí lo recuerda como un momento mágico y muy especial.

—Porque estuvo mucho mejor organizada. Curiosamente, el plan operativo es obra de un solo hombre. En la conspiración estuvieron implicados unos trescientos capitanes, quizás seiscientos oficiales en general, y el 25 de abril salieron a la calle cinco mil militares. No hay que olvidar que es un golpe colectivo, donde muchas personas heroicas se juegan la vida ese día, pero el plan operativo es obra de una sola persona, que es Otelo Saraiva de Carvalho. Él disecciona y delinea cada una de las actuaciones que van a realizar las treinta y dos unidades que se sublevan en todo el país. Él establece quién tiene que tomar el cuartel general en Lisboa y en Oporto, el aeropuerto, las emisoras de radio, la televisión pública, y que hay que cerrar las fronteras con España para tratar de evitar que pudiese haber una petición de ayuda a Franco y que pudiesen venir refuerzos a la dictadura portuguesa por esa vía. Todo esto está muy bien pensado y lo hace Otelo en dos o tres semanas antes del golpe, y consigue que no haya filtraciones porque solamente él tiene esa información. Es él el que reparte luego las misiones a cada unidad y a cada oficial. Creo que básicamente fue eso, porque un mes antes, en Caldas da Rainha, había habido otro intento de golpe de Estado, que falló muy pronto porque se hizo como se había hecho hasta entonces, un poco espontáneamente: “Damos un golpe y luego los demás que piensen como nosotros ya se suman”. Era dejarlo demasiado a la espontaneidad y a la improvisación, mientras que el golpe del 25 de abril estuvo pensado, y se planteó además cómo se podía avisar al mismo tiempo a todas las unidades, cosa que ahora sería muy fácil, pero en el año 74 no lo era. Entonces se pensó que la mejor manera era una señal radiofónica, y esa fue la canción de Zeca Afonso, «Grândola, Vila Morena», que la escuchan todos los cuarteles al mismo tiempo, y al mismo tiempo se ponen en marcha, a las doce y veinte de la madrugada.

—Curiosamente, como cuentas en el libro, la primera vez que Zeca Afonso cantó en público «Grândola, Vila Morena» no fue en Portugal, sino en España.

—Sí, fue en Santiago de Compostela. Es una historia bonita. Él había escrito la canción en los 60, pero no la había cantado en público. Y en 1972 se da un concierto en la Facultad de Económicas de Santiago porque el fundador de un grupo musical que se llamaba Voces Ceibes, Benedicto García Villar, había descubierto a Zeca Afonso mientras hacía la mili en Madrid. Alguien le había puesto su música y le había impresionado. Así que cuando llegó a Santiago le dijo a su pareja, con la que se acababa de casar: “Tenemos que ir a Portugal a encontrar a Zeca Afonso”. Y se vinieron con otros dos amigos desde Santiago a Setúbal. Fueron a la casa de Zeca Afonso, llamaron a la puerta y Zeca los miró con muchísima desconfianza, diciendo: “Estos tipos son de la PIDE y vienen a detenerme o a interrogarme o a molestarme”, como tantas veces le hicieron. Hasta que se convence de que, efectivamente, eran cuatro gallegos iluminados y totalmente entregados a él que querían conocerlo. Entonces se quedaron en su casa y ahí nació una amistad especial. A raíz de ahí es cuando los gallegos organizan en Santiago el concierto en el que Zeca canta por primera vez «Grândola, Vila Morena», en un escenario que eran las mesas de una cafetería. El sitio estaba lleno de gente, abarrotado de centenares de personas, pero era una cosa muy precaria. Él canta «Grândola» y es un éxito absoluto porque en ese momento, con la dictadura en España y con la policía a la puerta del campus, esa canción con esa letra que invita a la fraternidad fue muy emocionante. La cantó dos veces, y la gente que estuvo allí lo recuerda como un momento mágico y muy especial.

—Cuando vine a vivir a Lisboa, pensaba que «Grândola, Vila Morena» era el himno de Portugal. Me sorprendió descubrir que no lo era.

—Bueno, en realidad es un himno oficioso de Portugal.

—Suena en la radio «Grândola, Vila Morena», empieza la revolución y aquí emerge la figura del capitán Salgueiro Maia, que sale con los carros blindados del cuartel de Santarém hacia Lisboa para tomar el Terreiro do Paço. Y dices: «Nada como un héroe maltratado para atrapar la curiosidad de una periodista. Quise saberlo todo sobre él». En tu libro se aprecia que sientes una profunda admiración por el capitán.

—Sí, es así, y ese es el motor del libro. Necesité entender a aquel hombre. Y lo que más me fascinó no fueron sus gestos heroicos, que tiene varios ese día, sino lo que hace después del 25 de abril. Primero rechaza todos los cargos políticos, a diferencia de otros militares. De entrada, ninguno quería hacer política, y era parte del compromiso del Movimiento de las Fuerzas Armadas. No estaban allí para tomar el poder; ellos querían darle el poder al pueblo y que la gente tuviese libertad para escoger su futuro. Así que había un compromiso de no obtener beneficios personales para sí. Luego algunos se vieron arrastrados por los acontecimientos, que fueron realmente torbellinos y vendavales. Muchos de ellos, como Otelo Saraiva de Carvalho o Vasco Lourenço, se vieron implicados en la política o en órganos militares que en el fondo también tenían un papel político. Pero Salgueiro Maia, al que le ofrecieron varios cargos, dijo que no siempre. Sólo tenía interés en ser militar y en estudiar cosas. Estudió antropología social, historia, ciencia política. Era un hombre con una curiosidad intelectual increíble, lo cual hace que todavía sea más fascinante, porque no era solo un hombre de acción, y eso me parecía también muy interesante en él. Pero es que además de esa generosidad y de desmarcarse y desinteresarse de todo tipo de honores políticos, resulta que es uno de los peores tratados por lo que ocurre a continuación. Por eso digo lo del héroe maltratado, porque fue un héroe y luego lo maltrata ese nuevo régimen que él ha ayudado a construir, esa democracia que ha venido gracias a él y a otros, pero en gran parte gracias a él. Lo desprecia, lo arrincona y lo margina. Y eso me parecía muy potente como material literario.

—Dices: «Si alguien como el capitán Salgueiro Maia hubiese nacido en Estados Unidos o Francia, dos países con arte e industria para convertir iconos locales en glorias universales, hoy llevaríamos camisetas con su rostro y citaríamos algunas de sus frases como si fuese Martin Luther King». ¿Cuál es tu frase favorita de Salgueiro Maia?

—Hay varias. Me encanta la famosa frase de los cuatro Estados, que es un poco larga para llevar en una camiseta, pero que está muy bien. Es el momento en el que se reúnen todos los soldados, después de que suene «Grândola», en la sala de la Escuela Práctica de Caballería de Santarém. Él les da el discurso y les explica lo que va a pasar, porque los soldados no lo saben. Habla de la épica con palabras grandilocuentes, pero al final le pone humor y dice: “Como ustedes saben, hay cuatro tipos de Estado: los Estados socialdemócratas, los Estados comunistas, los Estados liberales y el estado al que hemos llegado. Y el que quiera seguirme y acabar con el estado al que hemos llegado, que salga y que forme”. Es maravilloso lo de “vamos a tumbar el estado al que hemos llegado”. Es otra vez surrealismo portugués, que tienen un sentido del humor muy especial. Luego también es muy graciosa la que dice cuando llegan a la entrada de Lisboa y el conductor del primer vehículo de la columna se para delante de un semáforo rojo, porque él viene a tumbar la dictadura, pero no va a saltarse los códigos de circulación porque son dos cosas muy distintas. Y Maia le dice: “La revolución no se para en los semáforos” (risas). Esta sí que cabe en una camiseta.

—Tiene otra frase genial cuando ha tomado el Terreiro do Paço y hay una mujer que quiere entrar para ir a trabajar.

—Sí, ahí le dice que ese día no se trabaja y al año siguiente tampoco porque será festivo. Tiene muchas frases.

¿Lloraste al escribir el capítulo de la muerte de Salgueiro Maia? Porque yo lloré al leerlo.

—Cómo me alegra que hayas llorado, porque me encanta que te haya podido trasladar esa emoción. Yo lloré y soy capaz de seguir llorando hoy. Soy una persona muy emotiva. Tengo una capacidad de racionalizar y de analizar las cosas, pero luego me emocionan las personas y las cosas que hacen, y me importa lo que les ocurre. Y la muerte de Maia es dura, de cáncer con metástasis. Es triste. Todas las muertes son tristes, pero esta fue una muerte especialmente dura porque además en sus últimos años había sufrido la marginación. Era el símbolo de la revolución y molestaba en aquel momento porque el país estaba ya en otra onda. Había que ser una democracia ortodoxa y Maia encarnaba otras cosas.

¿Fue el carácter de Maia decisivo para que la revolución no fuese sangrienta?

—Su carácter fue decisivo para que las cosas salieran bien y el día feliz no se convirtiese en un día trágico. Pero no era solo su carácter. El plan del Movimiento de las Fuerzas Armadas era un plan de acción pacifista. Eso ya marca la diferencia respecto a otro tipo de golpes militares, pero también es verdad que estaba claro que si había una oposición del régimen importante y continuada, iban a recurrir a las armas. De hecho, en el Largo do Carmo la situación estuvo estancada muchísimas horas. No se rendían y no se veía cómo salir de aquel impasse, con el Largo do Carmo tomado por fuera por miles de personas, y dentro trescientos militares, con máuseres y metralletas, que no disparaban pero podrían hacerlo. Era una situación explosiva. Los llamamientos que hacía Otelo Saraiva de Carvalho desde el puesto de comando no prosperaban, los que hacía Maia tampoco, y finalmente Otelo le dice: “Dispara y que vean que esto va en serio”. Maia trata de retrasarlo todo lo que puede, aunque llega a disparar unas ráfagas contra las ventanas. No hay muertos, aunque podría haberlos habido, pero todo lo que tratan de hacer es siempre para evitar que haya un hecho luctuoso que manche la revolución o que genere un problema. Así que el carácter de Maia fue muy importante. Si fuera colérico e impulsivo, a lo mejor las cosas no habrían salido así. Carlos Matos Gomes, que también es un capitán de abril y fue su mejor amigo, dice que fue una suerte histórica para Portugal que fuese Maia el capitán que estuvo en la calle ese día. Y me decía en la entrevista: “Con otro hombre, empezando por mí, todavía estaríamos buscando hoy las piedras del cuartel”. Con una persona con un carácter más impulsivo, y que además sabía que tenía las de ganar, probablemente no hubieran aguantado tanto tiempo. Pero Maia trató de evitar que ese triunfo fuese a costa de la sangre de otros, aunque esos otros fuesen su enemigo en ese momento.

Cuando se dirigen hacia el Largo do Carmo, donde se ha refugiado el dictador, entra en escena una mujer llamada Celeste Cairo, que, sin saberlo, va a darle el nombre a esta revolución.

—Sí, es una camarera del restaurante Franjinhas, que ese día celebraba su primer aniversario y tenía claveles para repartir a los clientes. Cuando Celeste llega al restaurante, el jefe le dice: “No vamos a abrir. Vete a casa, que hay una revolución en la calle, y llévate los claveles, que se van a marchitar”. Ella se va con manojos de claveles y, cuando llega al Rossio, se cruza con la columna de Santarém, que está yendo hacia el Largo do Carmo. Ahí un soldado le pide un cigarro y ella le dice: “Mira, no fumo, pero te doy un clavel”. Entonces el soldado inmediatamente lo pone en el fusil y ella empieza a repartir el resto de los claveles entre los demás. A uno de los que recibe un clavel, Manuel Correia da Silva, lo entrevisto, porque pensaba que esta historia es tan mítica que tenía que ser una leyenda urbana. Y él me cuenta que los claveles eran rojos y blancos. Lo que pasa es que luego los blancos desaparecieron, pero había también claveles blancos. Luego se habla de otras floristas, que no sé si las hubo, pero en cualquier caso el clavel se convirtió en un símbolo perfecto de lo que era aquella revolución. Una revolución pacífica, romántica, soñadora y llena de profundo respeto hacia los demás.

Cuando se produce la revolución, hay una periodista que vive muy de cerca los acontecimientos. Se llama Maria Antónia Palla y es la madre de António Costa, que hasta poco era el primer ministro de Portugal. Ella se pregunta en un artículo: «Ahora que tenemos la libertad, ¿qué vamos a hacer con ella?». ¿Qué se hizo con la libertad una vez se había conseguido?

—A ella no le gustó lo que se hizo durante el periodo revolucionario inmediatamente posterior. El 25 de abril el país entra en el llamado Proceso Revolucionario en Curso (PREC), que pone patas arriba la política, la economía y la sociedad. Todo lo que no se había hecho durante casi cincuenta años se empieza a hacer. Hay un montón de partidos de extrema izquierda, como el Partido Comunista, empujando en esa dirección. Dentro de los militares que habían hecho la revolución hay militares más alineados con la extrema izquierda y hay militares moderados. Luego estaban las fuerzas damnificadas del golpe, que añoraban la dictadura, y había conservadores que no añoraban la dictadura, pero que no querían tampoco una revolución de izquierdas en Portugal. Es un periodo muy loco y muy interesante, donde ocurren cosas como la reforma agraria y las ocupaciones de tierras, y donde los trabajadores toman el control de las empresas que sus patrones abandonan. Pero también hay un exceso de control ideológico en los medios de comunicación, que empiezan a ser controlados por los comités de trabajadores más afines a los partidos de izquierda y al Partido Comunista. Desaparece la censura de la dictadura, pero se implanta otro tipo de controles sobre los contenidos periodísticos. Maria Antónia Palla vivió esa época. Ella trabajaba en un medio que se llamaba O Século Ilustrado, donde había bregado con la censura durante muchísimo tiempo, y siempre dice que lo que vivió después fue peor para ella. Entre otras cosas porque acabó con O Século Ilustrado, que era un proyecto bastante interesante y que fue finiquitado en ese periodo revolucionario.

Como señalas en el libro: «La revolución portuguesa comenzó el 25 de abril de 1974 y concluyó el 25 de noviembre de 1975». ¿Qué pasó el 25 de noviembre de 1975?

—Ahí hubo un contragolpe militar por parte de militares moderados que se habían adherido al manifiesto del llamado Grupo dos Nove. Por eso el grupo de los militares moderados, donde también estaba Salgueiro Maia, se conoce con ese nombre. Salen a la calle para tratar de frenar los excesos por la izquierda. Es un golpe muy confuso y los propios militares no tienen muy claro hoy qué pasó. Se producen una serie de desobediencias e insubordinaciones en varias unidades de los cuarteles y algunos dicen que el Partido Comunista estaba detrás de estas revueltas. El Partido Comunista siempre lo ha negado y Álvaro Cunhal lo niega en su libro de memorias, pero lo cierto es que hay unas revueltas, por razones profesionales o ideológicas, o las dos cosas a la vez, y esto hace que el Grupo dos Nove aproveche y salga a la calle con las tropas que les eran fieles para tratar de reprimir esa desobediencia. Ahí se detiene el periodo revolucionario y Portugal se adentra en la senda de las democracias occidentales. Pero no fue solo una batalla de militares opuestos, sino también de partidos políticos. Había un choque brutal por la hegemonía política entre el Partido Socialista de Mário Soares y los comunistas de Álvaro Cunhal. Soares esgrimía la legitimidad que había conseguido en las urnas, porque había habido elecciones en abril de 1975 y él había ganado contra todo pronóstico, porque el Partido Socialista se había fundado dos años antes. Y el Partido Comunista, que había sido la fuerza que había resistido a la dictadura, la que había pagado con sangre y muerte de muchos militantes el salazarismo y el marcelismo, fue la tercera fuerza y no capitalizó la legitimidad de haber sido la resistencia política contra la dictadura. Eso hace que el Partido Comunista y su líder, Álvaro Cunhal, que era un ortodoxo soviético, se refugien en la calle. No tienen la legitimidad política, porque no han ganado las elecciones, ni tienen la mayoría en el parlamento, pero tienen la legitimidad de la calle y tratan de capitalizar esa revolución que está en la calle desde abril del 74. Por eso hay choques muy complejos. Están los choques de legitimidades —la política y la revolucionaria— y los choques entre militares —los más conservadores, los moderados y los de extrema izquierda—, y todo eso estalla el 25 de noviembre y se acaba resolviendo con un triunfo de la alianza formada entre militares moderados del Grupo dos Nove, el Partido Socialista y fuerzas políticas a la derecha que se oponían al proceso revolucionario, donde también estaba la extrema derecha. Es una alianza un tanto tóxica por algunos de esos elementos, pero donde están todos los que no comparten que Portugal se pueda convertir en una democracia popular como quería el Partido Comunista, por un lado, pero también otros grupos como el que capitaneaba Otelo Saraiva de Carvalho, que ya en este momento estaba totalmente metido en política. Él no compartía la línea del Partido Comunista y tenía la suya propia, con un proyecto para Portugal de democracia popular, que no se sabía muy bien en qué iba a consistir, pero que tenía muchísimo apoyo.

Dedicas un capítulo al medio millón de portugueses que se vieron forzados a regresar de las colonias y citas esta frase que te dice el escritor Bruno Vieira Amaral: «El retorno fue una de las mejores cosas que le ocurrieron a Portugal y una de las peores cosas que les ocurrieron a los que regresaron».

—Eso es lo que piensa Bruno porque dice que sociológicamente las colonias gozaban de una libertad mayor que el Portugal europeo y, por lo tanto, esa libertad viene con ellos de alguna manera. Es algo tan sencillo como que aquí no se podía tomar Coca-Cola y allí sí. Había una mayor represión de la sociedad portuguesa ibérica que de la sociedad que vivía en las colonias y, cuando ellos vienen, traen esa visión más liberal de las relaciones sociales. Creo que se refiere más a lo social que a lo político, porque en lo político es un grupo atrapado en una gran paradoja. Por un lado, los que son demócratas se alegran del 25 de abril. Pero al mismo tiempo, lo pierden todo. Son personas profundamente resentidas con la historia. Han perdido sus casas y sus vidas, y han tenido que venir aquí y empezar de cero en una sociedad que no los quería porque encarnaban todo lo malo del pasado, el régimen de la dictadura. En algunos casos habían sido explotadores de africanos, maltratadores y racistas. Había habido algunos con afanes supremacistas similares a los de Sudáfrica, sobre todo en Mozambique. Allí había una colonia muy cercana al ideario sudafricano del apartheid. Querían crear una especie de Estado diferenciado donde hubiese una supremacía blanca clara. Viene por tanto una amalgama de gente que piensa de forma muy distinta, pero todos comparten la herida de haberlo perdido todo y haber tenido que renunciar a sus países. Había gente que llegaba a Portugal y que nunca había puesto un pie aquí porque había nacido en Mozambique, en Guinea o en Angola. Para ellos eran sus países y tuvieron que dejarlos. Fue un trauma importante que la sociedad portuguesa no ha acabado de digerir. Lo tiene abierto y todavía supura, y está saliendo en novelas como las de Bruno y en discos. Está siendo la segunda generación la que está reivindicando esa identidad, esa parte de su herencia que han traído sus abuelos y sus padres, y que han mantenido tapada por el miedo y por la necesidad de integración.

Tu libro se titula Abril es un país. ¿Qué queda hoy en Portugal de aquel abril?

—Quedan varias cosas. En estos cincuenta años, han construido una democracia sólida y segura. Portugal es uno de los países más seguros del mundo. Por tanto, el primer objetivo de los militares, que era la democratización, se ha conseguido. Desde ese punto de vista, abril se ha hecho una realidad y no hay que olvidarlo, porque a veces en estos tiempos tendemos a la visión negativa y catastrófica de las cosas. La descolonización también fue un hecho, aunque se hizo mal y de forma improvisada, generando traumas como el Gran Retorno y dando lugar a guerras civiles atroces en Mozambique y en Angola. En el caso de Mozambique murieron un millón de personas. No se hizo bien la descolonización, pero ellos dicen que se hizo de la mejor manera que se pudo hacer en aquellas circunstancias, porque es muy fácil hablar ahora, pero hay que entender el contexto de la Guerra Fría en el 74, con todas las potencias tratando como buitres de asumir la influencia que estaba dejando Portugal. Hoy ya no son colonias políticas, pero son económicamente dependientes de grandes países. Y donde de verdad se ha fallado es en el desarrollo económico, en la igualdad, en tratar de construir una sociedad más justa para toda la población. Portugal sigue teniendo un 20% de la población con unos estándares de pobreza y exclusión social muy graves, y eso es claramente una asignatura pendiente de la democracia portuguesa, pero yo también percibo que la sociedad tiene tendencia a reconocer esto. Todo el mundo quiere que le bajen los impuestos, pero tienen cierto discurso igualitario de proteger a los que tienen menos, de no dejar atrás a nadie. El hecho de que el principal partido del centro derecha se llame socialdemócrata y fuese fundado después de la revolución también nos demuestra cómo permeó la revolución a todo el arco político. El Partido Socialdemócrata es un partido de centro derecha, pero que tiene una vocación social, cosa que, por ejemplo, no está en la génesis del Partido Popular en España. No digo que no pueda tener políticas sociales, pero nace como otra cosa, mientras que el Partido Socialdemócrata aquí nace como un partido con una vocación de liberalismo económico y de respeto a los derechos individuales, pero también con una vocación social muy importante y de defensa del Estado del bienestar, aunque en ese Estado del bienestar introduzcan herramientas privadas. Esto es interesante porque nos está diciendo que la lucha contra la desigualdad es algo estructurante de la sociedad portuguesa, y eso me parece que es abril.

¿Qué es para ti la Revolución de los Claveles?

—Fue un momento de utopías y de sueños. Algunos se concretizaron y otros no, pero para toda la gente que lo vivió fue el día más feliz de su vida. Es la revolución que todos habríamos querido vivir: una revolución sin sangre y llena de alegría, de esperanza y de fiesta.

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Editorial: TUSQUETS05-2024

Idioma: CASTELLANO