De Álvaro Cunqueiro se puede decir, como de muy pocos escritores, que en él cabe toda una literatura. En gallego y español indistintamente, pues Cunqueiro transitó por ambos idiomas con la misma eficacia con que asombraba a sus interlocutores con una magia narrativa oral aprendida en el valle prodigioso de su mondoñedo nativo.
álvaro Cunqueiro es de esos escritores que están enteros en todo lo que hacen: en sus novelas, en sus prosas de varia invención, en sus poemas, en el mínimo artículo periodístico escrito a vuela pluma. Le costó hacerse un sitio en la literatura de su tiempo. Tardó en perdonársele su filiación fascista durante la guerra civil, su abandono del gallego (en 1940 publica en castellano Elegías y canciones), y luego, cuando fue olvidando aquellas veleidades exigidas por las circunstancias, su decidida apuesta por la fantasía. En la época del realismo crítico, del compromiso, álvaro Cunqueiro, peregrino en la brétama y en las nieblas de Bretaña con los caballeros del rey Arturo, parecía sólo un divertimento pastichista e intrascendente. Tuvo que llegar el boom latinoamericano, la boga de García Márquez y de Borges, para que se viera en él lo que de verdad es: uno de los grandes, uno de los pocos escritores dueños de un mundo propio, un mago que metamorfosea todo lo que toca, un maestro de la falsa erudición, más exacta que la verdadera, y de un realismo que no se queda en la superficie, sino que penetra más hondo, en un trasmundo poblado de fantasmas, sirenas y tritones. Con Mar ao norde (1932), el libro de sus veinte años (porque álvaro Cunqueiro había nacido en 1911 y no en 1891, como se indica en la contraportada), Cunqueiro trae al gallego la gracia estilizada de la vanguardia. Entre el creacionismo y la poesía pura, este libro de mar y amor nos presenta a un poeta dueño de su oficio que gusta de jugar con las palabras y de hurtarnos su corazón desnudo. Poemas do sin e non, publicado al año siguiente, sigue siendo un libro de amor, pero huye igualmente de cualquier contagio de confesionalismo neorromántico. Una cierta estructura dramática nos permite escuchar a los amantes en parlamentos donde el surrealismo ha dejado evidentes ecos. Del mismo año que Poemas do sin e non es Cantiga nova que se chama riveira, que en esta edición se publica antes y que quizá debería aparecer después (entre otras cosas porque la versión completa es de 1957). Con este libro se abandona el ciclo vanguardista formado por los dos títulos anteriores. La poesía medieval gallega, la de las cantigas de amor y de amigo, se convierte ahora en modelo. El neotrovadorismo, que se convertiría en moda y que en este libro tiene una de sus obras maestras, sería continuado, muchos años después, con Dona do corpo delgado (1950), donde se incluyen además otros pastiches medievalizantes (como los “rondeau” que remiten a la tradición francesa) y las elegías a dos poetas muertos jóvenes (Feliciano Rolán y Manoel Antonio) que son también una elegía a la propia juventud: “Nosotros no lloramos. Finamente tristes/desconsolado oído inacabable somos”. Durante las décadas siguientes, Cunqueiro parecía haber abandonado definitivamente la poesía por la prosa, o mejor, haber puesto a un lado la poesía en verso para llenar de mágica poesía toda su prosa. Son los años en los que, a partir de Las crónicas del Sochantre y Merlín y familia, comienzan a aparecer sus mejores obras. Pero Cunqueiro seguía escribiendo poemas y publicando algunas muestras en revistas. Por fin, en 1980, al final de su vida (moriría al año siguiente), se decidió a recopilar un nuevo volumen, Herba aquí ou acolá, que le descubrió antes sus ya numerosos admiradores como el gran poeta que también era. Herva aquí ou acolá, a pesar de su heterogeneidad, o precisamente por ella, es para muchos el mejor libro poético de Cunqueiro. El marcado culturalismo, los juegos con la fantasía y con la vaga erudición, su volverle la espalda, como siempre, al realismo, no impiden que sea un libro en el que se nota el peso y la melancolía de la edad, el más personal de los suyos, aquel que menos tiene de estilizado y distante ejercicio estilístico. En la primera parte, “Las historias”, se nos habla del retorno de Ulises, de Edipo y Dánae, de personajes de las mil y un noches. En la segunda parte, “Viejas sombras y nuevos cantos”, no faltan los poemas culturalistas (un epitafio a Lord Dunsany, la glosa a un cuadro de Antonello de Mesina) ni el eco de las viejas cantigas (“Pero Meogo en el verde prado”), pero hay también un nuevo tono, raro en el pudoroso Cunqueiro, más intimista. Son poemas en los que “ese alguien de mí que nunca vuelve/al agua de la infancia/sin saber salir del laberinto”, parece que comienza a aprender a salir del laberinto. Le dije a la tórtola Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora! Y se fue por entremedias del otoño por entre los abedules, sobre el río. Mi ángel de la guarda, con las alas bajo el brazo derecho, en la mano izquierda la calabaza del agua, mirando a la tórtola irse, comentó: -Cualquier día, sin darte cuenta de lo que haces, dices: ¡Pase mi señora! y es a tu alma a quien despides como un ave en una mañana de primavera o en un atardecer de otoño. El Cultural 9/2016
Idioma: Castellano
álvaro Cunqueiro es de esos escritores que están enteros en todo lo que hacen: en sus novelas, en sus prosas de varia invención, en sus poemas, en el mínimo artículo periodístico escrito a vuela pluma. Le costó hacerse un sitio en la literatura de su tiempo. Tardó en perdonársele su filiación fascista durante la guerra civil, su abandono del gallego (en 1940 publica en castellano Elegías y canciones), y luego, cuando fue olvidando aquellas veleidades exigidas por las circunstancias, su decidida apuesta por la fantasía. En la época del realismo crítico, del compromiso, álvaro Cunqueiro, peregrino en la brétama y en las nieblas de Bretaña con los caballeros del rey Arturo, parecía sólo un divertimento pastichista e intrascendente. Tuvo que llegar el boom latinoamericano, la boga de García Márquez y de Borges, para que se viera en él lo que de verdad es: uno de los grandes, uno de los pocos escritores dueños de un mundo propio, un mago que metamorfosea todo lo que toca, un maestro de la falsa erudición, más exacta que la verdadera, y de un realismo que no se queda en la superficie, sino que penetra más hondo, en un trasmundo poblado de fantasmas, sirenas y tritones. Con Mar ao norde (1932), el libro de sus veinte años (porque álvaro Cunqueiro había nacido en 1911 y no en 1891, como se indica en la contraportada), Cunqueiro trae al gallego la gracia estilizada de la vanguardia. Entre el creacionismo y la poesía pura, este libro de mar y amor nos presenta a un poeta dueño de su oficio que gusta de jugar con las palabras y de hurtarnos su corazón desnudo. Poemas do sin e non, publicado al año siguiente, sigue siendo un libro de amor, pero huye igualmente de cualquier contagio de confesionalismo neorromántico. Una cierta estructura dramática nos permite escuchar a los amantes en parlamentos donde el surrealismo ha dejado evidentes ecos. Del mismo año que Poemas do sin e non es Cantiga nova que se chama riveira, que en esta edición se publica antes y que quizá debería aparecer después (entre otras cosas porque la versión completa es de 1957). Con este libro se abandona el ciclo vanguardista formado por los dos títulos anteriores. La poesía medieval gallega, la de las cantigas de amor y de amigo, se convierte ahora en modelo. El neotrovadorismo, que se convertiría en moda y que en este libro tiene una de sus obras maestras, sería continuado, muchos años después, con Dona do corpo delgado (1950), donde se incluyen además otros pastiches medievalizantes (como los “rondeau” que remiten a la tradición francesa) y las elegías a dos poetas muertos jóvenes (Feliciano Rolán y Manoel Antonio) que son también una elegía a la propia juventud: “Nosotros no lloramos. Finamente tristes/desconsolado oído inacabable somos”. Durante las décadas siguientes, Cunqueiro parecía haber abandonado definitivamente la poesía por la prosa, o mejor, haber puesto a un lado la poesía en verso para llenar de mágica poesía toda su prosa. Son los años en los que, a partir de Las crónicas del Sochantre y Merlín y familia, comienzan a aparecer sus mejores obras. Pero Cunqueiro seguía escribiendo poemas y publicando algunas muestras en revistas. Por fin, en 1980, al final de su vida (moriría al año siguiente), se decidió a recopilar un nuevo volumen, Herba aquí ou acolá, que le descubrió antes sus ya numerosos admiradores como el gran poeta que también era. Herva aquí ou acolá, a pesar de su heterogeneidad, o precisamente por ella, es para muchos el mejor libro poético de Cunqueiro. El marcado culturalismo, los juegos con la fantasía y con la vaga erudición, su volverle la espalda, como siempre, al realismo, no impiden que sea un libro en el que se nota el peso y la melancolía de la edad, el más personal de los suyos, aquel que menos tiene de estilizado y distante ejercicio estilístico. En la primera parte, “Las historias”, se nos habla del retorno de Ulises, de Edipo y Dánae, de personajes de las mil y un noches. En la segunda parte, “Viejas sombras y nuevos cantos”, no faltan los poemas culturalistas (un epitafio a Lord Dunsany, la glosa a un cuadro de Antonello de Mesina) ni el eco de las viejas cantigas (“Pero Meogo en el verde prado”), pero hay también un nuevo tono, raro en el pudoroso Cunqueiro, más intimista. Son poemas en los que “ese alguien de mí que nunca vuelve/al agua de la infancia/sin saber salir del laberinto”, parece que comienza a aprender a salir del laberinto. Le dije a la tórtola Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora! Y se fue por entremedias del otoño por entre los abedules, sobre el río. Mi ángel de la guarda, con las alas bajo el brazo derecho, en la mano izquierda la calabaza del agua, mirando a la tórtola irse, comentó: -Cualquier día, sin darte cuenta de lo que haces, dices: ¡Pase mi señora! y es a tu alma a quien despides como un ave en una mañana de primavera o en un atardecer de otoño. El Cultural 9/2016
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Editorial: VisorIdioma: Castellano